sábado, 14 de abril de 2012

Introducción

Los suaves copos de nieve caían ligeros cual plumas sobre el manto blanco que ya cubría todo el suelo del Gran Bosque. La puesta de sol solo hacía que aquel paisaje invernal resaltara más. Era el día de Nochebuena y todos en Lyleen estaban rebosantes de alegría. Al igual que en muchos otros mundos, allí también celebraban estas fiestas. Era costumbre pues, que el día veinticuatro de diciembre todas las familias se reunieran en una de las casas principales en aquellos parajes.
La casa en cuestión, casi se podría calificar de mansión por su grandeza y esplendor. Y porque desde luego, Colton nunca había visto nada semejante en su mundo. El acogedor hogar de esta familia estaba completamente hecho de madera. Sin duda, la misma de los pinos que componían el bosque que estaba a apenas unos pocos metros por delante del edificio. La casa tenía dos pisos y un desván, donde los niños se quedaban horas y horas soñando que eran liberadores de Cahmel que debían luchar ante la injusticia por encima de todo. Allí era también donde peleaban con enemigos imaginarios. En los pisos inferiores reinaba el caos en esta época del año. Todos estaban muy ocupados yendo de un lado a otro con adornos, regalos y haciendo malabares con bandejas de dulces típicos de estas fechas. En definitiva, el ambiente rebosaba de alegría y vitalidad. Pero no todos se sentían tan bien. Al mago Colton le agobiaba estar allí. No era un sentimiento nuevo aunque ese día notaba como se le encogía el corazón más que nunca. Como si hubiese guardado sus problemas en un cofre durante siglos y ahora, de repente, éstos quisieran salir de alguna manera. Este fue el motivo por el cual decidió salir de la casa que le oprimía. Y se quedó allí de pie, delante del Gran Bosque, contemplando en silencio el espectáculo invernal que tenía lugar a su alrededor.
-          Contemplando las maravillas de la naturaleza ¿eh?
Kalen había llegado junto al mago sin que este último se hubiera dado cuenta. Miró a su amigo, el duende que le había acogido en su casa como a un hijo. En el mundo del que provenía Colton, los duendes eran criaturas diminutas, de apenas unos diez centímetros pero aquí, en Lyleen, eran del tamaño de una persona adulta. Por lo que de no tener orejas puntiagudas y un color de piel un tanto peculiar habrían podido hacerse pasar por seres humanos normales.
-          Este lugar es muy bonito… - respondió intentando ocultar el tono de tristeza de su voz sin conseguirlo.
-          Serás un guardián y todo lo que tú quieras pero no puedes ocultarme nada. – observó Kalen - ¿Qué te preocupa?
-          Nada, simplemente tengo algo de nostalgia. Es normal en esta época del año. Ya se me pasará.
-          Sí… no entiendo por qué quisiste venir conmigo. Tu lugar está en la Tierra y lo sabes.
-          Lo era, pero estoy mejor aquí. Solo necesito acostumbrarme.
Se hizo el silencio. Ambos amigos miraban fijamente al vacío. Sin atreverse a decir una palabra más. Hasta que el duende al fin volvió a hablar, y esta vez hizo la pregunta que más temía Colton.
-          ¿Echas de menos tu hogar o a esa chica?- preguntó con una sonrisa picaresca.
-          ¡No digas tonterías! – contestó el mago rápidamente, quizá demasiado.  Se sonrojó sin poder evitarlo y esperando que su amigo no lo notara se apresuró a cambiar de tema. - ¿Qué son esas luces que se ven a lo lejos? – preguntó señalando hacia algún lugar entre los árboles.
-          Te lo enseñaré. – el duende volvió a mostrar esa sonrisa mientras le hacía un ademán al mago para que lo siguiera.
No tuvieron que caminar mucho, apenas unos treinta metros cuando llegaron a un pequeño claro del bosque donde se alzaba el pino más alto. A Colton le sorprendió que estuviera tan bien adornado con cascabeles, bolas de navidad, y luces, miles de luces que trataban de imitar los colores del arcoíris. Incluso, se habían permitido el lujo de colocar una brillante estrella en la copa. Aquel árbol destacaba entre los demás. Y trataba de demostrar en auténtico espíritu de la Navidad.
-          No importa lo que pase, - dijo el duende- este árbol es como un faro que nos ilumina el camino. Si te vuelves a sentir así, no dudes en venir aquí otra vez. Te garantizo que es una cura razonable contra esa cabeza tuya.
Al pronunciar esta última frase, Kalen no pudo evitar echarse a reír. Haciendo gala una vez más de su habitual sentido del humor, que se agudizaba en aquellas fiestas. Acto seguido se dio la vuelta, dispuesto a volver a la fiesta de Nochebuena.
-          ¿Te vienes? – preguntó mientras emprendía el camino a casa.
-          Sí, ya voy.
El mago dirigió una última mirada al árbol. Se acordó toda aquella gente que había dejado en la Tierra, sus amigos. Era la primera Navidad que no estaba con ellos. Así lo había decidido y en cierto modo no se arrepentía. “Feliz Navidad” murmuró al viento con la esperanza de que alguien, fuera de aquel mundo pudiera oírle.